Por Augusto Bertone
El primer lunes de octubre
de cada año a pesar del desconocimiento
general de buena parte de la gente (acaso se desprende
de la escasísima divulgación y propaganda en la agenda mediática) se celebra el Día mundial del Hábitat. Aquí,
en la Argentina, más precisamente en La Plata, prefieren llamarlo Día del Inquilino.
Y no es capricho: la International
Unions of Tenats (Union Internacional de Inquilinos) lo instituyó tiempo atrás
con intención de visibilizar a aquellos que pagan una casa que no es ni será suya
y, a cambio, se ven envueltos en
inmorales e ilegítimos abusos contractuales en un mundo donde el acceso a
la vivienda digna debe ser, y no lo es, un
derecho de todos.
En la ciudad de las diagonales
existe una agrupación que carga sobre sus hombros la tarea de asistir, dentro
de un conjunto escueto de recursos, a toda esa porción de individuos que
observa diariamente cómo el verdugo asume verdaderas formas de rapaz representante
inmobiliario o materialista propietario, presto a hincar sus garras sobre el adelgazado
bolsillo del arrendatario con absurdas cláusulas ilegales y gastos desviados.
La Asociación Platense de
Inquilinos (API), intenta intervenir con el fin de dar respaldo a una figura
históricamente aplastada por el peso de las arbitrariedades de la propiedad. La
API, por otro lado, sólo percibe del Estado la prestación de dos habitaciones
mínimas en el edificio de Mediación Comunitaria en 47 casi esquina 13. Allí se
reciben denuncias de locadores engañados y con absoluta gratuidad se les da
tiempo y asesoría legal.
Es así que pasó el décimo
mes del calendario y dejó, como débil estela, un desapercibido Día del inquilino.
Uno de los miembros activos del API habló con Busco Depto y remarcó el
carácter simbólico de la jornada: “Elegimos la fecha también para reconocer un
acontecimiento histórico. En el 900 hubo una huelga de inquilinos en el país
por una fuerte crisis habitacional, reivindicamos esa lucha para difundir la
problemática”.
En efecto, en 1907 la vasta
población de inquilinatos, pensiones y conventillos de las ciudades más
importantes del país, en su mayoría compuesta por obreros inmigrantes, decidió
decir basta ante una fuerte y rápida suba en los alquileres. Por entonces las
condiciones habitacionales eran deplorables. Familias enteras se apelotonaban
en cuartos minúsculos, libres de cualquier cuidado o servicio. No sólo eso,
además tenían que vérselas con raudos incrementos en los pagos, mes a mes.
Por esto y para proyectar
una concientización más amplia acerca de los derechos de inquilinos, la
organización civil, hoy con personería jurídica, anunció y promovió una marcha hasta
Plaza Moreno el pasado 7 de octubre, a través de las redes sociales. Acudieron
pocos, pero sin embargo, el encuentro sirvió para “panfletear” y correr la voz,
“por los pocos recursos que tenemos, no
pudimos armar un escenario con bandas como el año pasado. Pero gente de un teatro nos prestó cama y
decorado para armar una casita y nos plantamos en la plaza”, añadió con sosegado
orgullo el representante del API.
Ya es clásico que el patrono
de esta liturgia civil y pagana, la máscara que se repite casi por cada quien
que proteste por alquileres en una manifestación del Día del Inquilino, sea el
huesudo rostro de Don Ramón, el mítico personaje del “Chavo del 8” que vivía amenazado por el fantasma de la renta, ese
Señor Barriga tan implacablemente propietario.
Lo llevan en remeras,
carteles o pancartas. Con las movilizaciones del API puede uno mezclarse al cruzar
por casualidad la plaza y encontrarse, de pronto y en serie, con la entrañable
expresión de hombre apaleado pero en pie de batalla del antihéroe mexicano.
Entonces se vuelve difícil, si aún quedan dudas, no simpatizar con la causa.
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