Fran, Milton, Berni y el Negro son cuatro amigos que conviven en
un departamento ubicado en Avenida 7 entre 58 y 59. El inmueble es propiedad de
la familia de Fran y los demás cumplen las veces de inquilinos. Chiquito y
Marton son dos huéspedes habituales. Allí transcurren horas de estudio tanto
como guitarreadas e historias dignas de ser contadas.
Por Renso Valentini
Fran, Chiquito y el Negro
estudian Arquitectura. Marton, Biotecnología. Berni sigue Administración de
Empresas y Milton, Periodismo.
Milton se alegra, siente que vive en Aquasol.
-Pero tiene tanta presión que ya se come los grifos.
Entonces, a la ducha, que es una grandota así- con los dedos índices y pulgares
de ambas manos dibuja un disco redondo, del tamaño de un BigMac- se le escapa
el agua para arriba y pega en el techo, entonces vos te estás bañando y sentís
las gotas que te caen del cielorraso. Porque tiene mucha presión. Por eso, es
raro que se haya tapado el inodoro. Debe haber un sorete enorme.
-Para mí, hay algo metido adentro- arriesga Chiquito.
Milton parece concordar con su amigo:
-Para mí, también. Se metió un ratón o algo de eso.
Pero las historias de la red de griferías del departamento
no terminan en aquel evacuatorio tapado.
- Una vez, ¿te acordás?-Chiquito lo mira expectante- ¿Vos
estabas? Sí, vos estabas. Había venido el hermano de Nico a dormir acá. Yo me
levanté a las ocho y el otro ya se había ido. Voy al baño y estaba la ducha
prendida. Como si hubieras dejado la ducha prendida para bañarte, ¿viste? Pensé
que se había ido y dejado la ducha abierta. Me acerco para cerrar… “¡Fsshh!”.
Giraba y giraba, pero no cerraba nunca. Con Chiquito no encontrábamos la llave,
porque el departamento es muy viejo. Está hecho a nuevo, pero es muy viejo. La
llave de paso estaba escondida allá atrás del termotanque y no la
encontrábamos. Cerramos el agua.
El edificio tiene cuatro departamentos, distribuidos en dos
pisos. En planta baja hay locales comerciales.
-Pagamos 50 pesos de expensas. Deben ser gastos de
iluminación, porque no hay portero ni nada, la basura la sacamos nosotros.
- Hay unos viejos que son dueños. Todos los demás, alquilan.
Una vez, estábamos tocando la guitarra a la noche y subió el viejo “en cuero” y
shorts. Nos vino a correr, dijo: “¿Quién es el dueño?”, Berni le respondió:
“¡Yo!”. El viejo se quedó como… sorprendido. Estaba esperando que dijéramos que
alquilábamos. “Bueno, igual, es tarde…”-gruñó el añoso vecino, según cuenta
Milton. Luego, admite que la culpa fue propia, por tocar a la madrugada.
Chiquito también tiene algún resquemor con los adyacentes
abuelos:
-Aparte, esos viejos tienen un perro que ladra toda la
noche. Es insoportable.
Pero no todo es conflicto en el edificio. Milton tiene un
buen concepto de los que habitan el otro departamento del segundo piso.
-Acá enfrente viven dos pibas y dos pibes que… nada, hacen
joda los martes, tranqui.
-Hoy me avisaron que no tenían agua- recuerda Chiquito-. Eso
es por la bomba nuestra. Los dejamos sin agua a ellos. Nosotros, con la bomba,
agarramos toda el agua del tanque. Tenemos una bomba que es para cuatro baños.
Por eso tenemos un montón de presión.
Esa potencia hídrica es necesaria para abastecer a media
docena de jóvenes que conviven diariamente aquí.
-Viviendo acá, somos cuatro. Pero hay algunos que están
siempre. Por ejemplo, Chiquito está siempre, Marton está bastante, ahora hace
un mes que está viniendo más seguido. ¿Quién más?
Milton mira a Chiquito, esperando su respuesta.
-Nicho, pero no viene tanto. Principalmente, Marton y yo,
todo el tiempo.
El flujo de visitantes varía según el día de la semana que
se tenga en cuenta. Los jueves, por ejemplo, la cena es para quince.
-Lo que pasa es que, como tenemos los colchones inflables
ahí abajo… es muy raro que seamos sólo nosotros cuatro. O somos uno, dos, o…
seis. Además, todos nos acostamos y nos levantamos a horarios diferentes.
La actitud abierta e informal de estos estudiantes convenció
a un malintencionado mecánico de que podría aprovecharse de ellos.
-También
se nos rompió el lavarropas. Vino el mecánico y nos dijo que se le había roto
el motor de no sé qué y nos quería cobrar mil doscientos pesos. Llamé a mi
vieja y le pregunté. Me dijo que no lo arregle. Le informo al tipo y me dice:
“Ah, no. Esperá… se le puede haber roto esto otro” y nos salió 160 pesos. Un
garca el tipo.
El living es una habitación de veinticinco metros cuadrados. El piso de madera de la sección donde se ubica la mesa denota que allí había una habitación, antes que la pared fuera tirada abajo para lograr un ambiente único y espacioso.
En el techo, cerca del centro de la habitación, puede verse una fisura. Es el vestigio de la gotera que supo complicarles las lluviosas tardes del otoño platense.
-Por ahí caía agua. Chorreaba por ahí –Chiquito señala la
grieta en el cielorraso-. Vinieron a cambiar la membrana y algunas chapas.
Arriba está todo podrido. También se chorreaba por las paredes. Ahora pusieron
membrana nueva.
La puerta de entrada al departamento es por esta sala, desde
donde puede verse una mesa de comedor al fondo y a la izquierda. A su derecha,
hay un sofá y una mesa ratona. Siguiendo en esa dirección, un pasillo que
culmina en el baño tapado lleva a las dos habitaciones y al balcón que da a la
calle.
-Unos “chinos”, que no sabemos si son chinos, pongámosles
orientales, pusieron un local abajo, en el edificio de al lado. Antes había un
local de muebles. Cerró. Los chinos van a poner un local de comidas. Un día,
golpea la puerta uno de ellos con un tipo de Cablevisión. Pide permiso para
pasar una conexión de cable por acá arriba. El chino prometía “¡descuento,
descuento!” como agradecimiento.
-Decía que nos iba a hacer descuento si lo dejábamos. Bueno,
estuvimos charlando un rato, mientras intentaban pasar el cable. No pudieron.
Se fueron.
-Ahora, quieren subir el caño de salida del extractor de su
cocina por el patio interno de este edificio. Por ahí sale toda la grasa, el
humo, todo de la cocina. Querían sacarlo todo por el patio y que termine acá
arriba.
-El problema es que nos taparía una ventana casi entera y
encima se llenarían de grasa todas las paredes. Un asco, olor a frito, un
espanto. Habló con la propietaria de acá y les dijo que no, que no se podía. El
lunes a la tarde lo empezaron a instalar. Nos asomamos por la ventana y varios
vecinos le decían “¡No, no lo vas a poner!”, “Te lo vamos a sacar”, “No se
puede, ¿cómo vas a poner eso?”, “Es propiedad privada”. El tipo, claro, no era
el chino, era un laburante que habían contratado y dice: “no, pero yo no tengo
nada que ver. Yo sólo tengo que instalarlo”. Estaban por la mitad y llegó un
empleado de la inmobiliaria que alquila varios de los departamentos del
edificio. Ahí se frenaron. El martes fue feriado y no hicieron nada. Todavía
ahí está, por la mitad.
-Hay gente que nos dice que tenemos que negociar mucho descuento en comida y, si nos molesta mucho, llamar a Bromatología para que lo clausuren. Otros dicen que no los dejemos instalarlo.
-Por algún lado lo van a tener que sacar al humo. Si lo
llegan a poner, te tapa una ventana, te llena todo de olor. Igual, si nos dan
el 90% de descuento les decimos que sí- y mientras lo dice, Milton larga una
risotada-. Total, nos bañamos dos veces al día.
Chiquito parece bregar por la opción del descuento:
-¿Vos viste la carta? Está buena…
-¿Es como comida china?- interroga Milton, al tiempo que
abre el folleto.
-No, hay de todo: pescados, mariscos, sushi, todas las
boludeces…
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