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viernes, 22 de noviembre de 2013

Plaza Matheu: “fresco” de un vecino

Por Augusto Bertone

-     -De noche el barrio se vuelve surrealista – Javier señala la ventana abierta – la verdad tiene mucha vida.

Desde el tercer piso de un edificio anodino, en calle 2 entre 65 y 66, Javier observa las copas de los árboles inclinadas sobre la angostura del empedrado. Dice que le gusta pasar el rato mirando “la foto” de su cuadra durante las noches.

En esos ratos entra en una especie de trance. Con la mente en blanco se dedica a escrutar las formas fantasmagóricas que, la frondosa espesura de los tilos, dibuja sobre las fachadas de las casas vecinas.

Ahora por las veredas desniveladas se ven transeúntes ligeros de ropa. Unos van alegres con bolsas de mandados colgando de las manos. Otros aligeran el paso, un poco intimidados, por la oscuridad del pasaje. Se acerca la hora de cenar. Estamos en noviembre. El aire es pesado y escaso.

-     -El departamento, dentro de todo, es nuevo, pero es un horno. Necesitamos un ventilador para este verano. Urgente, sino se va a poner difícil vivir acá.

En la esquina que conecta con Plaza Matheu, un transexual aguarda con aburrimiento la aparición de algún cliente furtivo.  Pasan taxis, se oyen gritos y silbidos. Llegan también, a intervalos irregulares, los resplandores azulinos de la patrulla policial.

-     -Me gusta la zona. Sólo que hay bastante ruido de noche. Las paredes son de papel  - sonríe y con un golpecito demuestra la ahuecada consistencia del muro más cercano – ¿Viste?  Estos edificios lo construyen con dos mangos .Qué chantas …

Hace dos meses que Javier alquila con Fernando a sólo un suspiro de Plaza Matheu. Atrás quedó su alargada estancia en Villa Elisa, madre y hermanas. Las calles de tierra, la extendida ruralidad, la atmósfera  inclaudicable de siesta: un día, todo adquirió un aspecto inanimado y triste para él.
  
Decidió mudarse donde ocurren las cosas: al bullicioso cemento de la ciudad universitaria. Un buen amigo suyo advirtió su deseo y le ofreció compartir vivienda e ir “miti y miti” con la renta y las expensas. Javier se siente muy agradecido por “la mano” de Fernando.

-     -Fer estaba re tranquilo solo. El loco, con su laburo de supervisor en Nini, no tiene problemas con llegar a fin de mes. Pero me vió mal y me dijo que podía venirme acá, - con el índice vendado apunta a la puerta del dormitorio-, en realidad es para una sola persona. Ahora Fer  tiene un tipo durmiendo en el suelo de la pieza… igual es provisorio. No quiero arruinar una linda amistad de años – ironiza mientras se muerde la carne de los dedos sanos.

Javier  está cansado. Se le nota en la mirada lánguida y húmeda bajo la frente caída. Trabaja de lunes a sábado como empleado de mantenimiento de un acomodado matrimonio de “gente macanuda”. El sol lo abrasa mañana, mediodía y tarde pero dice que camina digno entre fardos de pasto seco, chorreando sudor.

Gana 25 pesos por hora. En una semana, con mucho esfuerzo y metiendo 8 horas intensivas de” yugo”, puede hacerse con 1200 en el bolsillo. Es precisamente la cifra que debe juntar para el alquiler. La estadística es auspiciosa. Pero las jornadas son agobiantes y agotadoras.

Él prefiere no “matarse” en el trabajo. Necesita tiempo, quiere tiempo para terminar de una vez esa cruz en la espalda que es el secundario .Tiene 28 y no abandona la idea de arrancar una carrera que le guste: música, literatura, cine. Cualquier registro de lo bello que lo saque de la incertidumbre que lo obliga dejar la cama en medio de la noche, con la cabeza hecha un amasijo de tinieblas.


Esas noches que pisa despacio para no “joder” a Fernando, y acercándose a la ventana del diminuto comedor,  intenta apaciguar el pulso clavando la vista en el paisaje onírico y vivo de 2 y 65.

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