Por Gustavo Martín Barrón
Colosos de cemento. Cada vez son más los que albergan
estudiantes en La Plata.
-¿Pudiste
pasar por ahí?- dice Romina, sorprendida, mientras espera en la puerta del edificio
que está a su cargo, como habíamos acordado.
Se refiere
a los muchachos de la UOCRA (Gremio de los
trabajadores de la construcción) que se juntan a esperar por algún puesto de
trabajo, justo en la misma vereda del edificio. En motos y de a montones pasan
por la puerta del lugar.
Abre la puerta
e ingresamos al hall para conversar sobre el comportamiento de los estudiantes
que viven en el edificio. Parece que la convivencia no es fácil.
-Los chicos
que estudian ingeniería trabaron el ascensor la semana pasada- gruñe, resignada.
Hace diez años
que vive ahí y seis que se desempeña como encargada del lugar.
Ubicado en el
número 495 de la calle 44, el mastodonte de hormigón se levantó en 1974, cuando
en la ciudad de La Plata
todavía era posible una edificación acorde con el Código de Planeamiento Urbano.
Con más de 14 pisos y 64 departamentos se acomoda para albergar a muchos
estudiantes que hacen de las suyas cada vez que pueden.
Dice Romina
que hace unos meses vinieron los bomberos para sacar a un murciélago que había
entrado por una ventana y las chicas que estudian arquitectura, horrorizadas
por este animalito, “salieron corriendo y gritando por los pasillos”.
-Susana,
estudiante de Odontología que vive en el noveno piso, hizo una fiesta a la
semana que vino a vivir acá- y aclara que, para no quedar mal, invitó a todos
los inquilinos a su fiesta.
-Uno de los
chicos de Agronomía, cuando volvía de una de sus salidas nocturnas, perdió sus
llaves en el hueco del ascensor y para entrar a su departamento, rompió con el
matafuego la puerta de entrada- y confiesa que todavía atan la puerta con un
hilo.
Recuerda que
los chicos que estudian ciencias económicas, a la hora de festejar un triunfo
de Boca Juniors, encendieron una bengala para festejar y prendieron fuego la
ventana que da hacia la calle.
-También fueron
forzados por los chicos rugbier de ingeniería- dice, un poco con rabia y otro
poco entre sonrisas.
-El ruido de
los micros que circulan por la avenida son una molestia para los chicos que
vienen a estudiar- cuenta, poniéndose un poco del lado de los estudiantes.
Se escucha venir el ascensor y baja “Pupi”, que “hace que estudia” odontología, ya que los padres no saben que dejó la carrera y dice: “A mi se me prendió fuego la cocina cuando dejé una hornalla prendida y me fui hacer un mandado”, agregando que “no entendía nada” cuando volvió.
Se escucha venir el ascensor y baja “Pupi”, que “hace que estudia” odontología, ya que los padres no saben que dejó la carrera y dice: “A mi se me prendió fuego la cocina cuando dejé una hornalla prendida y me fui hacer un mandado”, agregando que “no entendía nada” cuando volvió.
-Todos los
estudiantes, cuando vienen, hacen quilombo- aclara la encargada, mientras
escucha por el portero la queja de una inquilina: la filtración de agua en su
techo se ensancha cada vez más, luego de casi una semana que no para de llover
en la ciudad.
A la hora de
las quejas, aprovecha y nos cuenta que ella alquila también y no le dan
vivienda, ya que el departamento que se usaba para el encargado se vendió hace
mucho tiempo.
El alquiler de
un monoambiente en este inmueble cuesta alrededor de 1600 pesos, de un dormitorio
2300 pesos y de dos dormitorios supera los 2500 pesos. Nos dice que para
terminar el edificio tuvieron que juntar plata los propietarios de los
departamentos: luego de un problema con los constructores, estos "se robaron
todo".
-No se puede
tener perros pero igual tienen, tampoco bicicletas pero también tienen, se advierten diariamente todo
tipo de infracciones en un edificio céntrico.
Nos
preguntamos qué piensan los chicos a la hora de la convivencia. Si estudian o
están de paso por la ciudad para vivir solos, lejos de la familia y sentirse
más independientes.
Volviendo a
las anécdotas, dice que desde del octavo piso, unos estudiantes de educación
física tiraban botellas de vidrio. Al hacerse presente la policía, quedó al
descubierto la borrachera que llevaban.
La encargada no sólo se dedica al mantenimiento y limpieza del edificio. También debe lidiar con las diabluras de los inquilinos que lo habitan, quienes, al fin y al cabo, todavía no dejaron de ser niños.
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