Por Augusto Bertone
Aquel que camine por primera vez las tumultuosas
calles céntricas de la ciudad de La Plata, difícilmente obviará, al detenerse
en 7 y 44 ya sea por obligación o irrefrenable impulso, la delgada e infinita
columna de piedra en cuya cúspide un águila de bronce custodia, recelosa y
severa, el éter platense. En sus garras – dice la historia – sostiene dos
banderas: la italiana y la argentina, símbolo de confraternidad entre ambos
países. El monumento fue hecho por los artistas Giovanola y Vecellio. Lo inauguraron un día de 1917.
Aquel que alce
sus pupilas y lo vea, se sabrá en la icónica Plaza Italia, célebre por su feria
artesanal, los sábados y domingos, desde los revoltosos años 60.
Hay algo de
otro tiempo que revuela este círculo irregular de asfalto, baldosas y pasto,
levemente sobrealzado del cordón que lo delimita. Tal vez sea el sugerente
adoquinado circundante, señal de una ciudad perdida en manos del progreso y la
técnica. O bien, la marea de estudiantes,
artistas, artesanos y vagabundos que henchidos de estoica bohemia echan anclas
en la plaza a lo largo del día, amarrados a sus cigarros, sentados en
descascarados bancos verdes, solos y acompañados, bebiendo mate o empinando
cuantiosas botellas de alcohol.
Romanticismo a un lado, no resulta nada sencillo
habitar los alrededores de Plaza Italia, a pesar de la proximidad y el rápido
acceso que supone, a medios de transporte y parajes claves de la vida urbana
como facultades, oficinas, comercios, bares, restaurantes y cafés.
Sobre la plaza desembocan y continúan cuatro de los
caminos más transitados de la ciudad: calle 7, diagonal 77, calle 44 y diagonal
74. Por eso el incesante tráfico en los horarios pico, a menudo peligroso y
perturbador; o las variadas paradas de colectivos sobre las veredas,
atiborradas también, de locales y suciedad.
Alquilar de este lado de La Plata es realmente
costoso. Departamentos elementales en dudosas condiciones, con una pieza y poco
más, no descienden de los 2000 pesos mensuales, sin contar las expensas.
Algunos lo padecen, otros no. Es diversa y sorprendente la fauna de individuos
que viven y pululan en los bloques de edificios que componen la zona. Sin embargo,
a ellos llegan numerosos estudiantes oriundos del interior, quienes para
alcanzar el propósito iniciático de vivir al alcance de las facultades, se ven
obligados a arrendar en conjunto y dividir gastos. Muchas veces de estos
arreglos informales se desprenden forzosas y conflictivas convivencias tan perjudiciales,
para el cuerpo y los ánimos, como el viciado aire de smog o el altisonante
tronar de automotores que saluda cada mañana al vecindario de Plaza Italia.
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