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domingo, 27 de octubre de 2013

Pensión en “Villa Humo”

Por Gustavo Martín Barrón

“Falta ropa de la soga”, dice Jorge al entrar en la pensión. Estudiante de periodismo de 23 años, fue casi expulsado de su Tres Lomas natal por querer seducir a la hija de un importante político en el día de su cumpleaños. Llegó a La Plata en 2010 con ganas de estudiar y se las está arreglando. Con poco, pero bien.
El lugar está impregnado de olor a puchero y comidas de olla, paredes de chapa y pasillos muy chiquitos donde poder  moverse al entrar.
–Tuve que aprender equilibrio- confiesa, por sus llegadas de madrugada a la pensión y no precisamente sobrio.
El living-cocina es un ambiente de tres por dos metros y casi es suficiente un encendedor para calefaccionarlo. En verano tiene que huir a casas de amigos para no cocinarse vivo.
Decidió alquilar ese lugar por falta de dinero (que quisiera recibir de su familia). Se las arregla vendiendo pan casero en las calles de la ciudad y le alcanza justo.
La cocina parece haber tenido varias peleas con comidas. Su color es una mezcla de alimentos nunca antes limpiados y óxido.
-Yo quisiera estar en un dos ambientes muy relajado, tirado en un sillón-. Con su mirada expresa la más cruel de las verdades: el anhelo del confort nunca encontrado.
El techo es muy bajo y se aleja un poco al sentarse en un almohadón que ha sido varias veces cosido. La mesa es una puerta sin uso ni picaporte. Las paredes están pintadas color verde agua y son lo mejor del lugar. Un cuadrito de la Selección Nacional al mando de Messi y una estampita de la Virgen ocupan la pared del lateral derecho.
La heladera es  un cacharro viejo que cumple bien su función: mantener en una temperatura lo suficientemente baja a su escaso contenido. Casi siempre lava a mano su ropa y la cuelga cuando él está en casa. De lo contrario, desaparece como por pase mágico de algún bandido de prendas.
Una repisa le sostiene los pocos cubiertos, platos y una taza de River. Al lado nomás, unos apuntes de la cursada y unas cartas de póker sobresalen por un costado. Dos envases de cerveza en un rincón de la mesa terminan de demostrar la vida cotidiana de Jorgito. “Buen jardinero”, dicen los que pudieron probar el fruto de la naturaleza y producto de su felicidad.
Lo que llama la atención es su celular de última generación. Preguntar su procedencia es innecesario, ya que no deja de sonar durante toda la tarde en “Villa Humo” (así suele nombrar al barrio).
Uno de los mensajes lo altera. Saluda apurado y pide disculpas. Desde la puerta de la pensión puede vérselo emprender su salida con un pretexto poco verosímil.


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